El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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miércoles, 14 de febrero de 2024

Popurrí (Alma, ego, vida, muerte, felicidad, etc.)

 


Tenía una idea, pero no puede expresarla en un solo día. Fueron 3 los días que tardé en expresar la idea y al final, la idea se desvirtuó y salió este popurrí.

Una creencia es una actitud mental que consiste en aceptar una idea o una teoría, considerándola verdadera, sin tener el conocimiento o las evidencias de que sea o pueda ser cierto.

Los seres humanos tenemos en nuestro baúl de almacenaje mental una gran cantidad de actitudes mentales de este tipo. Con ellas intentamos complacer nuestras necesidades, a través de algún tipo de explicación más o menos verosímil.

Las creencias pueden cambiar y evolucionar, pueden desaparecer y generarse nuevas creencias. Hay que tener en cuenta que solo son un pensamiento y, ya conocemos la volatilidad del pensamiento.

He hecho un repaso de mis creencias, (son un montón), para reflexionar sobre ellas, para actualizar las que están desactualizadas, para modificar las que han ido evolucionando con el tiempo y para borrar de un plumazo aquellas que son inservibles y, completamente inútiles.

Y voy a comenzar con la que tenía que ser la última: La muerte. El pensamiento de que las creencias sobre la muerte tendrían que aparecer en último lugar solo es porque llega a nosotros como desenlace de la vida. Es como la bajada del telón en una obra de teatro.

A fin de cuentas, la vida es como una obra de teatro.

Se abre o se levanta el telón en el nacimiento. Alguien podría pensar, creencia), que el neonato llega a la vida sin participación alguna por su parte. Tremendo error, (otra creencia), el bebé llega a la vida en el momento preciso, (día y hora), en el que él establece, en el lugar que él ha decidido, con la forma física necesaria para llevar a cabo el trabajo organizado por él y con los padres consensuados, que suelen ser almas que están encarnando con ese bebé en el 99% de sus vidas, en diferentes papeles.

Cuando llegamos a la vida lo hacemos con el libreto, marcado a fuego, en el alma, en el que aparece reflejado el trabajo, escrupulosamente, planeado, para llevar a buen puerto, cada una de las actividades con las que se va encontrando el actor en cada una de las diferentes escenas que completan los diferentes actos de la obra de su vida.

El alma conoce el guion de la vida, pero quien tiene que controlar y gobernar la vida, que es el ego, no solo tiene un total desconocimiento del guion, sino que ni tan siquiera conoce que tal guion exista.

El ego es una especie de identidad personal que construimos a partir de nuestras enseñanzas, creencias, experiencias, deseos y necesidades. El ego es esa parte de nosotros que dice “yo soy”, “yo quiero”, “yo pienso”.

El ego es como un caballo salvaje que campa a sus anchas por nuestra propia vida eligiendo los acontecimientos para involucrar a su dueño sin tener en cuenta el plan de vida del alma, porque lo desconoce. Ni que decir tiene que el plan establecido por el alma, no se va a cumplir en su totalidad y, suerte tendrá si que cumple, al menos, en una parte.  

Y al finalizar la obra, tan contradictoria, de su vida, se cierra el telón, es decir, aparece la muerte. En ese momento finaliza el plan que había establecido el alma para la vida que acaba de finalizar. Habrá que esperar a otra oportunidad, (una nueva vida), para retomar el trabajo. 

El ser humano, durante todo el tiempo de vida, de esa vida, de la que desconoce que tiene un plan establecido, en el que aparece un trabajo a realizar y un conocimiento que adquirir, lucha con todas sus fuerzas para conseguir algo que casi nunca consigue: la felicidad.

Es triste. El ser humano no solo no consigue completar el plan establecido por el alma, sino que, ni tan siquiera consigue llevar a buen puerto el plan terrenal que el ego se ha marcado como objetivo.

Lo que el ego no sabe es que tiene al alcance de la mano la consecución de cualquier objetivo emocional que se proponga, siempre y cuando sea capaz de reconocer y aceptar sus propias limitaciones, necesidades y deseos, siempre y cuando sea capaz de trascender su propia ilusión y de conectarse con su verdadera esencia, que es conciencia sin forma, paz y amor.

Y para que eso ocurra, el ego solo tiene que activar una nueva función en su mente: Aceptar.

La aceptación es una actitud que consiste en reconocer y asumir una situación, un pensamiento, una emoción o un aspecto de uno mismo o del mundo, sin intentar cambiarlo o evitarlo. La aceptación puede ayudarnos a afrontar mejor los problemas, a aprender de nuestras experiencias y a encontrar una mayor paz interior. La aceptación no significa resignarse o conformarse con lo que nos ocurre, sino asumir la realidad y buscar soluciones o alternativas.

Esa actitud de aceptar que nos ayuda a encontrar paz interior es la antesala de la felicidad. Así el objetivo principal del ego estará cumplido.  


domingo, 20 de marzo de 2022

Vivir en el infierno

      

      Una vez en casa, fui consciente de que el miedo que me había consumido, solo dos días atrás, se había transmutado en ilusión y responsabilidad. Hasta ahora pensaba que ya había vivido suficiente miedo en el tema de las relaciones, imaginando una posible ruptura, pero no había sido nada comparado con el terror al que me fue llevando el pensamiento ante la posibilidad de fracasar si aceptaba el trabajo.

Había experimentado que es vivir en el infierno y, no había necesitado bajar a las calderas de Pedro Botero, lo había vivido aquí, en la vida. No había necesitado morirme.

Puedo decir bien alto, por la experiencia vivida, que el verdadero infierno está en la persona, está en la mente, pues es ella la que va llevando al ego por los vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias, males, sufrimientos y torturas, que hacen que la persona sufra un verdadero infierno.

Son esos pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente la persona. Pero para mí eran reales. El dolor que yo he sufrido, el miedo, la ansiedad o la angustia, solo han sido un producto de mi mente, porque nada está ocurriendo, solo es mi apreciación. Ahora tengo claro que cuando consiga mantener la mente en silencio habré alcanzado la dicha.

Si los seres humanos consiguiéramos invertir la tendencia de nuestros pensamientos se invertiría nuestra vida. Pasaríamos de ser infelices y de vivir atenazados por el miedo, como me ha pasado a mí, a vivir, si no la felicidad, si un estado de serenidad que debe de ser un estado muy próximo a la felicidad. Cambiaríamos la tristeza por la alegría y la ansiedad por la paz interior.

Es claro que es el pensamiento el que determina la salud emocional, ya que es el pensamiento el que viaja por la rabia, por el odio, por la ira, por el miedo y por el dolor, generando esa energía que, a la larga, va a afectar, también, al cuerpo físico.

Desde luego, no es una tarea fácil que una persona pueda cambiar el pensamiento, pero tampoco es imposible. Si yo lo he conseguido, al menos de momento, que soy el paradigma del miedo, puede conseguirlo cualquiera. Mis herramientas han sido la meditación, la atención, la oración y el canto de mantras. Espero conservarlas para no volver a las andadas.

(Del libro "Vivir ahora, vivir sin tiempo" de Alfonso vallejo)

sábado, 18 de noviembre de 2017

La resurrección del alma. La muerte del ego


            Es muy difícil la vida del ser humano cuando deja de vivir en la periferia de la conciencia y comienza a darse cuenta de que la vida no es lo que está viviendo, ni él, ni sus contemporáneos. Ese espacio y ese tiempo, en el que los hombres creen que están para satisfacer los caprichos del ego, para sufrir por sus preocupaciones, para luchar por sus falsas creencias, para llorar por la desaparición de sus seres queridos, para batallar con las enfermedades, para alargar, lo más posible, la vida.



            Y así, hasta que un día, toma conciencia de que la vida, es más, porque vislumbra, de alguna manera, que las opciones para satisfacer los sentidos, que antes llenaban su vida, no le garantizan la felicidad esperada; que sus luchas para cumplir lo que cree que son sus prioridades no le satisfacen, aunque tengan un éxito efímero; que con sus enfrentamientos en materias terrenales, como pueden ser las cuestiones políticas, religiosas, deportivas, no consigue más que añadir dolor, ansiedad, incomodidad o miedo.

            ¡Tiene que haber algo más! Y es en ese momento de duda y de reflexión cuando, realmente, se ve abocado a un sufrimiento mayor, originado por la impotencia ante la imposibilidad, aparente, para cambiar la vida que conoce, la vida que vive, la vida que le exigen y que esperan los demás.

            Es entonces cuando sabe que tiene que vivir la vida del alma, pero no sabe cómo.

          En algún momento, después de ser consciente el ser humano, de que la vida es algo más, tiene que atravesar una línea de separación, tiene que existir un punto de inflexión, en el que el hombre se desprenda del ego, y viva, sin ambages desde el alma.

            La historia narra estos puntos de inflexión que existieron en la vida de grandes Maestros y grandes hombres y mujeres: Jesús se dirigió al desierto, estando cuarenta días y cuarenta noches, antes de iniciar su vida espiritual. Mikao Usui (monje zen japonés) afirmó haber redescubierto la técnica de sanación de imposición de manos, (Reiki), tras alcanzar satori, (estado máximo de iluminación y plenitud), durante un retiro espiritual en el monte Kurama de Kioto. Sakhiamuni Gautama se sentó debajo de una higuera durante semanas, hasta alcanzar la iluminación. Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer penitencia, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados, (que todavía hoy es posible apreciar), practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.

            Pero nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, no necesitamos tanto sacrifico. O ¿sí? Posiblemente lo necesite alguno, pero serán contados. ¡Bastante tenemos con nuestro dolor! Lo que sí que tiene que existir s ese punto de inflexión, o esa línea de separación, en la que el ego se retire de sus lindes, sin ruido, sin lucha, para dejar el camino expedito a los dictados del alma. Ese punto, ese momento de la vida, en el que el hombre entregue sus miedos, sus dudas, su dolor y su sufrimiento a Dios.

             Ese momento puede ser una enfermedad, la partida de un ser querido, o cualquier otro acontecimiento que le permita al ser humano descubrir, en algún resquicio de su dolor, que él no es lo que creía ser, sino algo mucho más grande. Descubrir e integrar ese conocimiento, hace que se acaben las preocupaciones, los malentendidos, los sufrimientos.


Esa es la muerte del ego. Ese es el final del sufrimiento. Esa es la resurrección del alma.  


martes, 23 de febrero de 2016

Mi ego y yo

         Creo necesario explicar a que me refiero en esta entrada cuando digo “mi ego”, y también cuando digo “yo”, y que muy posiblemente no tengan nada que ver con las definiciones dadas a estos términos por psicólogos, por expertos, por científicos o por estudiosos del tema.

         Cuando digo “mi ego”, me estoy refiriendo a esa parte de mí que parece tener autonomía propia, incontrolable, ingobernable, que sale a la luz sin ningún tipo de control, y que incluso llega, a veces, a avergonzarme a mí mismo, o a crisparme, o consigue que me sienta culpable. Me refiero a ese pensamiento, casi siempre negativo, que surge del interior y es expulsado al exterior con la misma fuerza con la que sale a la superficie la lava de un volcán en erupción. Me refiero a esa palabra, casi nunca amable, que sin haber pasado por el filtro del pensamiento, o al menos eso parece, se entromete de manera grotesca en una conversación elevando la tensión hasta límites insospechados. Me refiero a esas emociones como miedo, orgullo, ira, ansiedad o tristeza que aparecen como reacción a “algo desconocido” que no está debidamente trabajado o controlado. Casi podría resumir el párrafo diciendo que la parte inconsciente que hay en mí es “mi ego”.

         Y por supuesto que conozco cuál es el origen de esta inconsciencia, es la energía acumulada en cada uno de mis chakras, es mi carácter, son mis malos hábitos, es toda esa parte de mí en que me encuentro trabajando para mejorar día tras día y vida tras vida, pero hasta que cambie esa energía está ahí, y me cuesta controlarla.



         Por el contrario, el “yo”, podría decir que es la parte consciente. Es la parte que conoce cuál es el objetivo que persigo, tanto espiritual como material, es la parte que analiza la causa de las emociones descontroladas y trata, no siempre con éxito, de ponerlas a buen recaudo, es la parte que se dedica a mantener ocupada a la mente con pensamientos positivos cuando sospecha que está a punto de pensar un exabrupto, es la parte que se encarga de contar hasta cien para que no salga por la boca la impertinencia que me ahoga para poder hacerlo.

         “Mi ego” y “yo” mantienen una lucha encarnizada por el poder. Hay temporadas, afortunadamente cada vez más cortas, en las que el “ego” se erige en ganador y voy dando tumbos emocionales por la vida, pero para que eso no ocurra, el “yo” ha de permanecer alerta las veinticuatro horas del día.

         Este es el trabajo que mí “yo” realiza:
ü  Estoy empezando a olvidarme de los demás para centrarme en mí, (no es egoísmo), por una razón, si yo estoy bien daré lo mejor de mí, en casa, en la calle, en terapias, en clases, en charlas, en meditaciones, y hasta en las fiestas. Al final los demás se verán favorecidos.
ü   Estoy tratando de que nada me ofenda para no tener que perdonar, pero sin embargo, me perdono a mi mismo por todo: Por cada pensamiento que no sea totalmente positivo, por cada falta de detalle, por la pérdida de paciencia, por dejar aflorar el orgullo, o cuando me atenaza el miedo, en fin, perdono todo en mí, sin sentirme culpable.
ü  Estoy manteniendo mi mente ocupada con pensamientos positivos de todo tipo, pero básicamente YO SOY.
ü  Cuando algo parece que va a afectarme bendigo una y mil veces a la persona o a la situación.
ü  Meditar cada día, cuanto más tiempo mejor.
ü  Y en lugar de trabajar para amar a los demás, estoy trabajando para amarme a mí mismo.

Este último punto, el de amarme a mí mismo es el que más problemas me está causando, porque no sé muy bien cómo hacerlo. De momento estoy tratando, (porque no siempre lo consigo), ser yo mismo siempre, sin caretas: Ser el mismo en casa, en la calle, en el trabajo, escribiendo y pensando, sin dar de mi lo que yo pienso que la gente espera, sino dando realmente lo que soy. Si les gusta bien, si no les gusta, pues ¡benditos sean! Porque si realmente me amo, esta claro que he de dar lo mejor de mi, tal cual soy.

Es posible que dentro de unas cuantas vidas, si en las próximas me acuerdo del trabajo que comencé en esta, que consiga que “mi ego” y “mi yo” sean la misma cosa. Lo iremos viendo.


miércoles, 10 de febrero de 2016

Esos locos bajitos (y 2)

Si preguntamos a los papas que desean para ese bebé que está a punto de llegar a la vida, responderán que lo único que desean es que llegue sano. Ese es el primer deseo que tenemos todos los padres, y si se les pregunta cómo van a enseñar a vivir a ese bebé, se escucharán algunas respuestas distintas, pero las más coincidentes serán que quieren que su hijo sea feliz. Este también es el deseo de todos, la diferencia entre padres estriba en que es lo que conocen como felicidad.

Hasta aquí todo es correcto tanto para la sociedad como para el alma. Pero ahora que hablamos de alma tenemos que recordar que el bebé es un alma, que fuera de ese cuerpo de bebé no tiene edad y no existe ninguna diferencia con el alma de sus papas ni de ningún otro ser, esté encarnado o no.


Cuando en la noche la familia duerme y se encuentran las almas al otro lado de la vida repasando su vida en la materia, comprueban como va todo, donde están fallando, el porqué de cada reacción, cómo va el seguimiento de sus planes respectivos, y de su análisis vuelven con el propósito del alma de enmendar los errores o los fallos para volver al Plan original, pero al abrir los ojos el cuerpo tiene que cerrarlos el alma porque vuelve a su confinamiento, y encerrada entre las rejas del “yo” al alma no le queda más remedio que oír, ver y callar.

El alma del bebé ha organizado su Plan de Vida, como el resto de almas, y cuando llega a la vida se encuentra con sus papás, tal como los tres habían planificado, pero se encuentra con un problema, que no por conocido al otro lado de la vida, sea lo deseable, y es que la enseñanza para la realización de su principal trabajo, que es encontrar el camino para volver a Dios que es el Padre Eterno, no solo no se la van a impartir, sino que todas las enseñanzas van a estar dirigidas a alejarle aun más de ese camino, todas las enseñanzas van a estar dirigidas a enseñarle que su Padre Eterno es un Dios vengativo y castigador que le va a enviar a los infiernos si desobedece de pequeño, o si se masturba de mayor, todas las enseñanzas van a estar dirigidas a separarle del resto de almas, a separarle de Dios.

Si el alma del bebé y de los papas pudieran expresarse en la vida física con la misma libertad que lo hacen en la vida astral, cambiarían de un plumazo su concepto de felicidad, y dejarían de buscarla en la materialización de sus deseos para encontrarla en su interior, en su conexión con el alma, en acallar al “yo” para que hable el alma, en liberar al alma de su encierro para que sea la que dirija la vida ya que es ella quien sabe lo que se necesita para conseguir la felicidad.

Para esto hay que dar un ligero giro a las enseñanzas que va a recibir ese bebé, sin olvidar que somos dos en uno: “SER y HUMANO”. Por lo que no podemos, ni debemos olvidar que somos humanos, pero si es imprescindible empezar a recordar que somos espíritus con el ansia de volver a Dios.

La enseñanza para desenvolverse en la Tierra ha de mantenerse, con los matices que la educación comporta según el país o según la creencia. Entre los matices sí que habría que sustituir la competencia por la colaboración, habría que añadir el respeto, habría que adecuar la enseñanza a la edad del niño, y recordar que el trabajo de un niño es jugar y que aprende jugando, respetando siempre su proceso de desarrollo. Metodologías tipo colegios Waldorf o Montessori, parecen las más idóneas para esto. Desde luego pagar miles de dólares para escolarizar a un niño en un colegio en que le enseñan miles de cosas no parece que sea el mejor camino para llegar a Dios, aunque el colegio sea dirigido por religiosos, ya que ellos son precisamente los que van a condenar a ese niño a la frustración en la vida y al infierno en la muerte, si no sigue sus normas.

Pero a la vez que se realiza la enseñanza para desenvolverse en la materia ha de existir una nueva enseñanza: la búsqueda interior, la búsqueda de Dios, escuchar al corazón y vivir desde el alma, a través de la mejor herramienta conocida hasta la fecha: la meditación, porque enseñar a meditar a un niño con cinco, seis o siete años, es garantizar un adulto mentalmente sano, es inculcar un hábito que será tan normal como lavarse, almorzar o ver la tele, es inculcar las creencias de Dios, desde la perspectiva de que Dios es Amor, es enseñarles desde pequeños que todos somos hermanos, y no enseñarles a competir, es ayudarles a madurar el carácter, es enseñarles a crecer y no sólo a envejecer, es enseñarles a amar, es enseñarles realmente a vivir, es enseñarles a vivir en Dios.

Con muy pocas generaciones el mundo sería mucho mejor. Conseguiríamos hacer un mundo más equitativo, un mundo en el que no importe ni el lugar de nacimiento, ni la raza, ni las creencias, ni el sexo. Un mundo en el que todos sus habitantes tengan las mismas oportunidades de acceso a las riquezas del planeta, a la educación, a la sanidad. Un mundo en el que todos sintamos alegría por ver la felicidad de otro ser humano, un mundo en el que sintamos a nuestro prójimo como nuestro hermano. Un mundo lleno de Amor.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Dominar al ego es dificil, pero no imposible


            Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana y, sin embargo, tiene tanto poder el ego que más parece que seamos un cuerpo despegado del alma, vagando en soledad por los intrincados caminos de su existencia.
     Las enseñanzas actuales sobre algunas leyes del Universo nos llevan a entender intelectualmente el poder del pensamiento, el poder de la energía y sus mecanismos de funcionamiento, a través de los cuales podemos atraer a nuestra vida aquello que deseamos y apartar lo que categóricamente rechazamos. 
            Sin embargo, y aquí hace gala de su poder el ego, a pesar de entender intelectualmente el mecanismo para la consecución de la felicidad, (sin entrar en otras profundidades más o menos espirituales), no permite desarrollar la práctica necesaria para aplicar la enseñanza en la vida diaria y conseguir así ese estado de paz y de felicidad que todos consciente o inconscientemente anhelamos.
             Todo esto viene a cuento por una conversación mantenida con un paciente y que nos ha hecho reflexionar juntos sobre el auténtico poder del ego. Transcribo algunos párrafos de nuestra conversación:
            “No me tienes que hablar del poder del pensamiento positivo, lo conozco, ni del poder de la meditación, también lo conozco, sabes que medito cada día, pero no es suficiente, falta algo, me tienes que hablar de ese algo que falta que sea más profundo y que consiga acallar esa vocecita tenue que acompaña a cualquier pensamiento positivo o a cualquier meditación”.
            “Explícame como es esa vocecita”, le decía yo.
        “Habíamos hablado del poder de la meditación, de la oración, y de entregarse a Dios. En relación a entregarse a Dios me decías que me fijara en la historia de la Virgen Maria que siendo joven, recién casada, le anuncia un ángel que va a quedar embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo y va a dar a luz nada menos que al Hijo de Dios, y ella solo dice: Hágase en mi según Tu Voluntad Señor. En este punto me indicaste que hiciera lo mismo, que ante cualquier problema que pareciera irresoluble me entregara a la voluntad de Dios. Así lo hago y digo y repito una y mil veces, cada vez que la ansiedad generada por el problema me ahoga y me angustia: Señor uno mi voluntad a la Tuya; Señor, hágase en mi según Tu Voluntad”.
            “¿Y?”, le indicaba que siguiera.


            “A veces, repetir eso o pensamientos positivos del tipo Yo Soy, me tranquiliza y hace que se me olvide el problema, pero me he fijado que hay otras veces que pasa algo curioso: Según estoy diciendo que se haga la Voluntad de Dios, hay una especie de pensamiento, casi inapreciable, o una especie de sensación o de deseo, que espera que la voluntad de Dios sea coincidente con mi deseo. Es entonces cuando pienso que estoy haciendo un trabajo inútil, porque no le doy espacio a Dios para que se haga Su Voluntad”. 
            “No es un trabajo inútil”, le contesté, “Sólo es una prueba del enemigo tan poderoso con el que nos enfrentamos. Es la última etapa de un camino largo y arduo. Un camino en el que en un  principio ni tan siquiera eras consciente de que tenías pensamientos, porque todo eran pensamientos. Era como explicarle al pez como era el agua, cuando era su hábitat. Es igual, tu hábitat eran tus pensamientos. Poco a poco has conseguido dominarlos, ha sido, o mejor, lo está siendo, un trabajo duro, y eso que queda es la pataleta del ego. También vas a conseguir acallar esa vocecita, que hasta no hace mucho era un grito que se podía escuchar, casi fuera de ti”.
            “Sigue trabajando, lo estás haciendo bien. Nunca te dije que fuera fácil. Se puede, no es imposible”.