El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 10 de febrero de 2016

Esos locos bajitos (y 2)

Si preguntamos a los papas que desean para ese bebé que está a punto de llegar a la vida, responderán que lo único que desean es que llegue sano. Ese es el primer deseo que tenemos todos los padres, y si se les pregunta cómo van a enseñar a vivir a ese bebé, se escucharán algunas respuestas distintas, pero las más coincidentes serán que quieren que su hijo sea feliz. Este también es el deseo de todos, la diferencia entre padres estriba en que es lo que conocen como felicidad.

Hasta aquí todo es correcto tanto para la sociedad como para el alma. Pero ahora que hablamos de alma tenemos que recordar que el bebé es un alma, que fuera de ese cuerpo de bebé no tiene edad y no existe ninguna diferencia con el alma de sus papas ni de ningún otro ser, esté encarnado o no.


Cuando en la noche la familia duerme y se encuentran las almas al otro lado de la vida repasando su vida en la materia, comprueban como va todo, donde están fallando, el porqué de cada reacción, cómo va el seguimiento de sus planes respectivos, y de su análisis vuelven con el propósito del alma de enmendar los errores o los fallos para volver al Plan original, pero al abrir los ojos el cuerpo tiene que cerrarlos el alma porque vuelve a su confinamiento, y encerrada entre las rejas del “yo” al alma no le queda más remedio que oír, ver y callar.

El alma del bebé ha organizado su Plan de Vida, como el resto de almas, y cuando llega a la vida se encuentra con sus papás, tal como los tres habían planificado, pero se encuentra con un problema, que no por conocido al otro lado de la vida, sea lo deseable, y es que la enseñanza para la realización de su principal trabajo, que es encontrar el camino para volver a Dios que es el Padre Eterno, no solo no se la van a impartir, sino que todas las enseñanzas van a estar dirigidas a alejarle aun más de ese camino, todas las enseñanzas van a estar dirigidas a enseñarle que su Padre Eterno es un Dios vengativo y castigador que le va a enviar a los infiernos si desobedece de pequeño, o si se masturba de mayor, todas las enseñanzas van a estar dirigidas a separarle del resto de almas, a separarle de Dios.

Si el alma del bebé y de los papas pudieran expresarse en la vida física con la misma libertad que lo hacen en la vida astral, cambiarían de un plumazo su concepto de felicidad, y dejarían de buscarla en la materialización de sus deseos para encontrarla en su interior, en su conexión con el alma, en acallar al “yo” para que hable el alma, en liberar al alma de su encierro para que sea la que dirija la vida ya que es ella quien sabe lo que se necesita para conseguir la felicidad.

Para esto hay que dar un ligero giro a las enseñanzas que va a recibir ese bebé, sin olvidar que somos dos en uno: “SER y HUMANO”. Por lo que no podemos, ni debemos olvidar que somos humanos, pero si es imprescindible empezar a recordar que somos espíritus con el ansia de volver a Dios.

La enseñanza para desenvolverse en la Tierra ha de mantenerse, con los matices que la educación comporta según el país o según la creencia. Entre los matices sí que habría que sustituir la competencia por la colaboración, habría que añadir el respeto, habría que adecuar la enseñanza a la edad del niño, y recordar que el trabajo de un niño es jugar y que aprende jugando, respetando siempre su proceso de desarrollo. Metodologías tipo colegios Waldorf o Montessori, parecen las más idóneas para esto. Desde luego pagar miles de dólares para escolarizar a un niño en un colegio en que le enseñan miles de cosas no parece que sea el mejor camino para llegar a Dios, aunque el colegio sea dirigido por religiosos, ya que ellos son precisamente los que van a condenar a ese niño a la frustración en la vida y al infierno en la muerte, si no sigue sus normas.

Pero a la vez que se realiza la enseñanza para desenvolverse en la materia ha de existir una nueva enseñanza: la búsqueda interior, la búsqueda de Dios, escuchar al corazón y vivir desde el alma, a través de la mejor herramienta conocida hasta la fecha: la meditación, porque enseñar a meditar a un niño con cinco, seis o siete años, es garantizar un adulto mentalmente sano, es inculcar un hábito que será tan normal como lavarse, almorzar o ver la tele, es inculcar las creencias de Dios, desde la perspectiva de que Dios es Amor, es enseñarles desde pequeños que todos somos hermanos, y no enseñarles a competir, es ayudarles a madurar el carácter, es enseñarles a crecer y no sólo a envejecer, es enseñarles a amar, es enseñarles realmente a vivir, es enseñarles a vivir en Dios.

Con muy pocas generaciones el mundo sería mucho mejor. Conseguiríamos hacer un mundo más equitativo, un mundo en el que no importe ni el lugar de nacimiento, ni la raza, ni las creencias, ni el sexo. Un mundo en el que todos sus habitantes tengan las mismas oportunidades de acceso a las riquezas del planeta, a la educación, a la sanidad. Un mundo en el que todos sintamos alegría por ver la felicidad de otro ser humano, un mundo en el que sintamos a nuestro prójimo como nuestro hermano. Un mundo lleno de Amor.

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