El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 22 de julio de 2015

Acariciar la mente


No hay carcelero más despiadado que la mente,
ni grilletes más poderosos que los pensamientos.
Hari Krishan

            Desde siempre ha existido la esclavitud. El dominio y la vejación del hombre por el hombre se remontan en la historia hasta la misma aparición de este sobre la Tierra.
            Da lo mismo cual sea la forma de la esclavitud, porque cualquier forma de esclavitud es brutal en sí misma, es irracional, es inhumana.
            En la actualidad también existe la esclavitud. Son muchos los seres humanos que tienen un amo para el que trabajan por un salario de miseria, son muchos los seres humanos que se ven obligados a vender su cuerpo, son muchos los niños obligados a hacerse soldados, a trabajar o a mendigar un mendrugo de pan en las calles, son muchos los seres humanos que malviven con una economía de subsistencia en barracas en medio de la nada sin agua y sin luz. Son muchas las formas de esclavitud en la sociedad moderna porque mientras existan seres humanos sin escrúpulos, mientras existan seres humanos sin corazón, existirá la esclavitud.
 
            No trata esta entrada de la esclavitud física, en la que un hombre domina a otro, sino de otra esclavitud que no aparece normalmente en los medios de comunicación, ni en los tratados que hablan de la esclavitud, y eso que es la forma de esclavitud más extendida en la Tierra: Es el dominio que  la mente ejerce sobre el ser humano, es el férreo control que la mente ejerce, paradojas de la vida, sobre su propio dueño.
            Es el mundo al revés, el esclavo, que es la mente, domina al amo, que es el ser, convirtiéndose así el esclavo en el amo más cruel, más despiadado y más poderoso que existe. La mente no tiene compasión, no se cansa, no se ablanda, nunca afloja, siempre vigilante, siempre a la expectativa.
            La mente hace que su dueño robe, que su dueño engañe, que su dueño esclavice, que su dueño mate, que su dueño sufra, que su dueño enferme, que su dueño muera. Y, sin embargo, la misma mente, podría hacer que su dueño reparta la riqueza, que su dueño sea feliz, que su dueño ría, que su dueño se mantenga sano, que su dueño viva, que su dueño respete, que su dueño libere.
            Entre la mente que hace que su dueño robe o que su dueño reparta la riqueza solo hay un pensamiento de distancia. Entre la mente que hace sufrir y la mente que hace feliz solo hay un pensamiento de distancia. Entre la mente que hace vivir y la mente que hace matar solo hay un pensamiento de distancia.
            Cambiar ese pensamiento es el trabajo del ser humano, es un trabajo sutil con su propia mente, es casi como acariciarla de manera permanente hasta desgastar su costra de crueldad.
            La herramienta para acariciar la mente es la meditación, a través de la cual va a poder el ser humano traspasar el umbral de la mente para adentrarse en las profundidades de su propio ser, donde, ¡oh sorpresa!, no hay espacios oscuros, sino la luz de su esencia, la luz de su libertad, la luz de su conocimiento, la luz de la alegría pura, la luz de la paz, la luz del amor. Y entonces libres del equipaje de la mente, libres de emociones y de sentimientos inútiles, se vive sin tiempo, se vive sobre todo en libertad.
            Será entonces cuando el ser humano sea consciente de que es él, y solo él quien está a cargo de su vida y de sus situaciones, será entonces cuando el ser humano sea consciente del poder que tiene, para usarlo y hacer así con su vida lo que desee.

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