El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 19 de mayo de 2014

Gracias


            Agradece a la llama su luz,
pero no olvides el pie del candil que paciente la sostiene.
Rabindranath Tagore
¿Cuántas veces levantamos lo ojos al cielo para pedir ayuda divina, o para increpar a Dios, o para suplicar?, ¿Cuántas veces levantamos los ojos al cielo para preguntar a Dios: Por qué a mí, si no hago mal a nadie, o hasta cuando esta situación?
            No sabemos, o se nos ha olvidado, que tenemos una completa organización de nuestra vida, que tenemos comprometido cada instante de nuestra vida, y que Dios respeta totalmente ese compromiso. Para poder cumplir ese compromiso nos hemos dado también las herramientas necesarias, entre ellas una mente, que es una máquina perfecta. Con ella podemos entender la razón de las cosas, podemos entender que somos hijos de Dios, podemos entender que la vida es una especie de fantasía, de ilusión, de mentira; podemos entender el poder de la propia mente, y podemos llegar también a entender como la mente no quiere perder ese poder, lo que supone que intente, por todos los medios, culpabilizar a cualquier cosa, lo que sea, incluido el propio Dios de ser el responsable de cualquiera de nuestros males.
            Afortunadamente Dios entiende todo esto, somos realmente bebés a los ojos de Dios, y por supuesto que no se va a ofender de nada de lo que hagan sus bebés. 
          Sin embargo, tanta diligencia como tenemos para culpabilizar a Dios, ¿Cuántas veces le agradecemos las cosas buenas recibidas?, ¿Cuántas veces levantamos los ojos al cielo para agradecer?, ¿Cuántas veces para ofrecer ayuda?, ¿Cuántas veces para ponernos al servicio de Dios?
 
            El Universo es como un espejo que refleja todo. Si expresamos gratitud recibiremos multiplicado aquello que agradecemos. Es dando que se recibe.
Cuando nos sentimos agradecidos conectamos con la abundancia en todas sus dimensiones. Y deberíamos, también, sentirnos agradecidos por las cosas cotidianas, esas que ya damos por sentado que son así, como que se encienda la luz al pulsar un interruptor, o que salga el agua al abrir el grifo. ¡Cuántas personas no pueden encender la luz o abrir un grifo para que salga agua!, más de las que te imaginas.
Los seres humanos solemos centrarnos en todo aquello que nos falta, o en lo que nos gustaría tener. Vivimos instalados en el deseo y en la expectativa que los deseos generan. Y es justamente donde enfocamos nuestra atención de donde surgen nuestras conductas, nuestras actitudes, nuestras metas y en última instancia, nuestra manera de experimentar y de interpretar la vida. Es aquí donde el agradecimiento va a conseguir que la valoración de la vida se realice desde un lugar mucho más sano y constructivo a la hora de enfrentarnos a los obstáculos que nos va poniendo la vida.
Agradecer tiene que ver con apreciar, con valorar y con vivir en el presente. Eso significa aprender a aceptar todo aquello que llega a nuestra vida, y que no es como nos gustaría que fuera. Sin embargo, la gratitud es como un músculo. A medida que la entrenamos, cada vez percibimos más cosas por las que sentirnos agradecidos. Para entrenarnos podemos hacer un ejercicio muy sencillo, propuesto por el padre de la psicología positiva, Martin Selligman: durante una semana, cada noche, antes de acostarnos, pensar en tres cosas que nos hayan sucedido ese día que nos hagan sentir agradecidos. Es el primer paso para empezar a ver nuestra vida desde una perspectiva más constructiva. El primer día puede resultar difícil, pero si somos constantes podremos ver cómo cada vez surge de manera más natural.
De la mano del agradecimiento vamos a ser capaces de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente. Curiosamente, cuanto más valoramos nuestra existencia, más abundancia experimentamos en la dimensión emocional de nuestra vida.
Gracias.
            San Pedro nos deja ver la auténtica realidad de la gratitud en un paseo por el cielo.
Un hombre murió y se fue al cielo. Al llegar, San Pedro le comunicó: - Mira, como vas a vivir aquí por toda la eternidad, te voy a enseñar un poco el cielo para que lo conozcas.
Lo llevó a una sala muy grande, donde había miles y miles de ángeles trabajando, y le dijo: - Aquí están recibiendo las peticiones de ayuda que vienen de la Tierra.

Lo llevó a otra sala muy grande, donde también había miles de ángeles y le manifestó que allí estaban preparando los paquetes para conceder las peticiones recibidas.

Después le enseñó otra sala muy grande, pero allí sólo había un angelito, que parecía estar desocupado, porque estaba medio somnoliento. Y le dijo: - Esta es la sala donde se reciben las acciones de gracias por los beneficios recibidos en la Tierra. Como ves, son muy pocos los que dan gracias y, por eso, con un angelito es suficiente.
 
 

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