El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 5 de marzo de 2012

Vivir la angelidad

            El sufrimiento, el dolor, la ansiedad y la tristeza, son, entre otras, emociones generadas por formas de pensamiento negativas y erróneas. Recuerda: “La energía siempre sigue al pensamiento”, y la potencia de todas esas emociones negativas aumenta de manera considerable por el pensamiento dirigido constantemente hacia ellas, de la misma manera que se incrementa la enfermedad por dirigir el pensamiento de manera persistente a la zona del dolor.

El alma, con toda su sabiduría, debe de desconcertarse, por el ahínco y el excesivo énfasis que las personas ponen sobre lo que consideran sus problemas o sus dolencias. Si pusieran el mismo énfasis en cualquiera de los infinitos pensamientos positivos en los que podrían entretener a su mente, su vida daría un vuelco tan espectacular que se sentirían llenos de una angelidad tal, que su viaje por la materia sería una continuidad de la dicha de la vida eterna.
Los problemas del cuerpo, los problemas de la vida física, las perdidas, las decepciones, sólo son las lecciones que contribuyen a enriquecer la experiencia del alma, única razón para nuestra venida al cuerpo.
En nuestro interior, en nuestro ser más profundo, vamos a encontrar una fuerza y una energía, desconocidas, no sólo para aquellos que viven a kilómetros de la frontera del alma, desconociendo que puedan existir lugares en su propio interior donde encontrar a Dios de manera más fácil que en las iglesias; sino desconocidas también, para los espirituales de libro, aquellos que conocen toda la teoría del alma, del corazón y del amor, pero que, sin embargo, son incapaces de adentrarse en el silencio, para encontrar la semilla del amor que anida en su corazón.
Sentir la angelidad en un cuerpo humano, es sentirse impregnados por las energías de la sanación, de la alegría, de la paz y del amor. Sentir la angelidad en un cuerpo humano es aprender a vivir en silencio, es aprender a vivir el eterno presente, es sentirse seguro, es aprender a vivir la humildad, es reconocer en su interior la misericordia, es olvidarse de uno mismo y entregarse, sin condiciones, a los demás.
Cada vez que la persona sienta que se aleja de las energías del alma, y que vuelve a vivir los problemas del exterior, ha de buscar de nuevo la conexión con el mundo interior y olvidarse de los problemas del mundo, para reconectar de nuevo con su angelidad, y comprobar que lo que consideraba un problema insoluble, se esfuma como el humo.
El principal empeño de la persona debe ser mantener el contacto con la energía que emana de su interior, ya que es de ahí de donde provienen las soluciones a todos los problemas de su vida diaria, porque desaparecen las expectativas y se tiene la certeza de caminar la vereda correcta, vereda que lleva directamente a la felicidad, a prestar servicio al mundo que le rodea y  a aquellos con quienes convive.
Desde la angelidad la persona aspirará a servir y a darse incondicionalmente, olvidándose de sí misma, aunque sin dejar de prestarle a su cuerpo los cuidados necesarios, ya que tampoco puede olvidar que todo el trabajo ha de realizarlo desde el cuerpo, y es su obligación mantenerlo joven, fuerte y sano, el mayor tiempo posible.

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